martes, 2 de septiembre de 2008

Paso 9

La parte más difícil de mi Paso 9


Escuche la historia
[MP3, 4.9MB]

Al comienzo, el paso nueve no fue muy difícil para mí y le doy gracias al Poder Superior por ello. Pude hacer casi todo mi Paso Nueve durante mi primer año de sobriedad, pero la parte más difícil de ese Paso la realicé muchos años después.

Dejé de beber a los veinticuatro años, una edad que considero bastante joven, aunque sé perfectamente que hoy en día gente mucho menor llega al programa de Alcohólicos Anónimos. Durante los primeros ocho meses de mi recuperación, se podría decir que ni siquiera tenía padrino. Mi psicóloga me dijo que no me preocupase y que siguiese yendo a las reuniones. Le había pedido a una persona que fuera mi padrino, como mucha gente me había sugerido, pero la comunicación con este señor me pareció muy extraña y poco natural; por lo tanto, rara era la vez que le llamé durante esa primera fase de mi sobriedad y, cuando lo hacía, casi me sentía que era por obligación, en vez de por necesidad.

Sin embargo, a los ocho meses de estar sobrio, tuve una grave crisis en mi vida y por necesidad comencé entonces a comunicarme con mi padrino casi todos los días. Fue un problema con mi novia y las emociones que tenía a raíz de esto me afectaban tanto que con mucha frecuencia tuve que ir a reuniones hasta dos o tres veces al día. Me costaba muchísimo hacer cualquier cosa, por muy sencilla que fuese, incluso asearme o caminar, y no digamos concentrarme en las materias que cursaba en la universidad. Iba a clase y aunque oía lo que decían los profesores no lograba entender lo que decían. Además, no conseguía hacer nada que me pareciera necesario todo el día, excepto descansar, ir a reuniones y hablar con otros miembros del programa sobre lo que sentía. Así por varias semanas transcurrieron mis días llenos de ansiedad, mientras esperaba que el problema con mi novia se solucionase. Era todo muy desconcertante, no entendía cómo mis emociones se habían apoderado de mí de esa manera ni cómo mi vida se había vuelto completamente ingobernable, si no fuera por la ayuda de Alcohólicos Anónimos.

Vencido y derrotado por mis emociones, me fue muy fácil practicar el Paso Nueve. Estaba y había estado siempre, desde el momento que había dejado de beber, muy dispuesto a hacer enmiendas o reparaciones a cuantos me fue posible, y especialmente a mi novia, pues estaba desesperado por solucionar esa crisis por la que pasábamos. Pero por ser algo joven tampoco había hecho muchas cosas que ameritaran una enmienda. Sólo había conducido borracho dos o tres veces y por cortas distancias. No me había metido en ninguna pelea, ni había estado en la cárcel. No había robado dinero ni cometido delitos y escasamente había mentido. Mis padres ya sabían que había dejado la bebida y con esa noticia se habían quedado bastante tranquilos. No me pedían más explicaciones y mis hermanos, menos. Ellos no son alcohólicos y tampoco entendían por qué había dejado la bebida. ?"Nomás no tomes tanto?" me decían. Una solución muy lógica y fácil para ellos.

Con mi novia, por la crisis por la que pasábamos, se podría argumentar que acabé haciendo muchas más reparaciones de lo que tal vez debí hacer. Le conté muchas cosas que hoy en día veo que quizá no era necesario. Pero en el fondo acerté, aunque eso acabara con ese noviazgo, pues fui sincero con ella. Con mis padres y hermanos también, aunque siempre me contestasen con un "que no pasa nada, te perdonamos".

La reparación más difícil, sin embargo, fue una que hice mucho tiempo después, con unos diez años de sobriedad. Nunca había visto la necesidad de hacer esa reparación y, además, ni me acordaba del acto o actos en cuestión. Me acordé porque fue durante una época que llevaba varios meses contemplando y analizando mis prácticas sexuales, incluso asistiendo a reuniones de adictos al sexo anónimos pues con toda la explosión de la pornografía por Internet me entró miedo volverme adicto al sexo, ya que me pasaba algunas horas por semana frente al computador mirando pornografía. Eso me hizo preocuparme mucho y, por miedo de volver a tomar alcohol o de volverme adicto al sexo, decidí ir a reuniones de adictos al sexo anónimos. Fue un pequeño desvío equivocado en mi vida, ya que supe después que no soy adicto al sexo, pero también aprendí mucho de esa experiencia y me permitió hacer una reparación que para mí fue importante.

De niño y de adolescente me había aprovechado un poco en dos o tres ocasiones de mi hermano menor. En realidad, viéndolo ahora con más madurez, fue una cosa de críos, algo inofensivo, no fue ninguna violación ni nada por el estilo. Unos meros frotes cuando éramos niños, un pequeño engaño durante la adolescencia para provocar unos tocamientos, pero aquellos recuerdos durante esa época en la que analizaba profundamente mi sexualidad me hicieron sentirme verdaderamente fatal, lleno de culpabilidad, hasta que tuve el valor un día de llamarle por teléfono para pedirle perdón.

La conversación me dejó bastante sorprendido pues dio un resultado inesperado. Posiblemente sea una de esas situaciones en mi vida que siempre recuerde como de las más difíciles. Abordé el tema primero con el perdón. Le dije que quería pedirle disculpas por unos incidentes de carácter sexual que habían ocurrido cuando éramos adolescentes y durante nuestra niñez. En el momento de decirlo me quité un auténtico tonelaje de encima. Las palabras de mi hermano fueron, además, increíbles porque dijo que no se acordaba de eso, agregando que no le daba importancia y que no creía que alguna vez me hubiera guardado rencor o que hubiera estado enojado conmigo por cualquier cuestión de esa índole. Le creí, a pesar de tener durante unos momentos mis dudas, pues pensé que tal vez podría ser auto-engaño de parte de él, por no querer reconocer que tanto él y yo habíamos participado en un acto homosexual, algo que muchos hombres difícilmente reconocen. No me preocupó mucho, pues yo estaba realizando mi objetivo de pedir perdón, y ese posible auto-engaño por parte de él, que tampoco percibía yo que así fuese, ya no era de mi incumbencia. Además, también me di cuenta que el único acto con el que el alcohol había tenido algo que ver directamente fue el que había ocurrido durante nuestra adolescencia, no el de la niñez, pues empecé a beber a los trece años.

Hoy en día, aunque mi hermano no le diese importancia a esa reparación, me siento limpio de espíritu de ese acto y de todos los actos que cometí durante mis años de consumo de alcohol. Gracias al Paso Nueve, puedo mirar la historia de mi vida y no sentir que llevo cadenas encima. Puedo caminar en paz, libre, habiéndome enfrentado a todos esos fantasmas del pasado. Desde que dejé de beber, la relación que tengo con mi familia es una de amor, confianza y sinceridad.

Luis V., San Francisco, California

No hay comentarios: